EL MUSICO DEL PUENTE
El ayuntamiento de Madrid va a examinar a los músicos
callejeros.¡Que cosas más curiosas! Pero no le llaman examen, le llaman prueba de
ideonidad, palabrita que me cuesta un tanto escribir pero que tanto se lleva
ahora y que igual se aplica a padres que desean adoptar a un niño que a músicos
ambulantes.
Al centro de la ciudad suelo llegar por el mismo puente. Siempre,
casi siempre y normalmente al atardecer, cuando ya deja de hacer calor, hay un
señor con su micrófono que nos canta canciones antiguas. Le llamo señor y no tipo ni hombre porque a mí me lo parece. Tendrá
unos 70 años, es alto, delgado y con unas gafas de película de los años 70 que
no las lleva porque sean vintage, este concepto ahora tan moderno, sino porque, probablemente
no puede comprarse otras. En su día
debió de ser un hombre elegante y muchas veces mientras él canta canciones de Frank Sinatra,
que debió de ser de su generación, yo me imagino su vida. Y como la mente es
libre y yo he visto mucha película argentina del corralito me lo imagino así, saliendo
de su país porque la situación económica le “invitó” a salir, reuniéndose aquí
con otros señores argentinos y contándoles las anécdotas de su día a día
interpretando “My Way” en un puente de la ciudad al que la vida le ha traído.
A él y a sus amigos.
Y aunque desentona bastante, por decirlo de una manera diplomática,
siempre que paso por su lado logra emocionarme. Hace poco, mientras volvía a
casa pensando en mis cosas, “Let me try again” cantada de una manera desafinada
me llegó a los oídos cuando estaba cruzando el semáforo. Porque, como tampoco
acaba de controlar los sonidos, no sé si son los graves, los agudos o sencillamente ninguno, aunque se pone a mitad de puente se le oye
desde el principio. No sé que o a quien
me recordó, o mejo dicho, sé perfectamente a quien me recordó pero ahora no
viene a cuento, pero me puse a llorar. No un lloro triste, un lloro de emoción
y de recuerdos de vivencias de otra época bonita. Así que cuando tiré una moneda en su mantita y
él me dio las gracias con una inclinación de cabeza, una sonrisa y sin dejar de
cantar yo llevaba mis gafas de conducir puestas para que no se diera cuenta de
que los ojos me brillaban . Así que le correspondí con una media sonrisa nostálgica
y mirando fijamente sus gafas pasadas de moda.
Tengo clarísimo que este señor no fue músico en su antigua
vida y tengo clarísimo que si hoy o mañana el ayuntamiento le hace un examen o
una prueba de idoneidad o como narices quieran llamarla, este señor no la pasa.
Pero también tengo clarísimo que si examinamos a aquellos que hacen leyes desde
los despachos, si les hacemos una prueba de idoneidad sobre sensibilidad humana
no llegan al cero pelado. Porque a mí, hasta el momento, ni este señor, ni el
tipo con camisa de cuadros y melena que toca el saxo en el metro, ni el muchacho
que tocaba con el violín “ La vie en rose” mientras yo descansaba en
los escalones blancos de la puerta de una iglesia romana, me han molestado
nunca. Más bien han conseguido crear esos pequeños momentos agradables de los
que está hecha la vida, que te emocionan y que te hacen seguir adelante. Así, de
esta manera tan sencilla. Sin tranquimacines, sin psicólogos y sin pedir hora.
Y simplemente por eso, que no es poco más bien es mucho, se
merecen todo mi respeto.